ADENDA ACTA 3-21 REUNIÓN LETRAHERIDOS
AFRENTA DE LA DESIGUALDAD
2003
- Revisión mágica: José Mª Cotarelo Asturias y Javier Castejón -
2021
NOTA DEL EDITOR
Francisco de Robles, 1605-2021.
A mí, Francisco de Robles, mercader de libros, o librero, conocido por poner en venta en mi establecimiento
en Madrid, cerca de la Puerta de Guadalajara, la edición primera de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha a comienzos de 1605, me ha sido concedida la gracia
de, tanto en vida como en muerte, poder cabalgar sobre toda letra o página que
hablara o mentara a tan insigne caballero nacido de la pluma del príncipe de
las letras.
Es por ello que nadie debe extrañarse de que sea
capaz este mi escrito de revivir espíritus quijotescos renacidos cuando Don
Miguel o tiempo después, en que ilustres escritores glosaran las figuras de Don
Alonso Quijano y Sancho Panza para mayor gloria de este escritor del siglo de
las luces.
Es por ello que mi espíritu fue llamado a sobrevolar
la sorprendente, cuando no luminosa reunión que los Letraheridos tuvieron a
bien tener en la Villa de Albolote que después se concretará en este escrito,
para, como he dicho antes, glosar de forma humana, y también sobrenatural, la
figura y el espíritu del ingenioso hidalgo, así como la de su fiel escudero, e
incluso la del mismísimo Don Miguel de Cervantes y Saavedra.
Fruto pues de mi resurrección en este siglo XXI y de
mi tesón en cabalgar sobre toda letra o página que hable o mente al insigne
caballero don Quijote, vengo a editar esta adenda secreta al acta número 3/21
que trata de la reunión que los Letraheridos tuvieron aquel 24 de abril de 2021
en la Villa de Albolote, provincia de Granada.
ADENDA ACTA
3-21 REUNIÓN LETRAHERIDOS
Francisco de Robles, Editor, 2021.
En la Villa de Albolote - Provincia de Granada, a 24
de abril de 2021
Este documento constituye una adenda al Acta número
3-21 correspondiente a la reunión que los ilustres Letraheridos tuvieron a bien
organizar, disfrutar e incluso soñar en la Villa de Albolote, sita en Granada,
el pasado día 24 de abril de 2021, con ocasión del Día del Libro.
Debe destacarse que en ella se cuenta la historia
fantástica de cómo confluyeron en aquella tarde de poesía y ensueño, las almas
del ingenioso hidalgo y su fiel escudero, redivivas por las palabras del
insigne Príncipe de los ingenios, pues este fue el aparecido primero que dio
forma con su voz a todo lo que después sucedió.
Las palabras de Don Miguel asombraron sobremanera a
los Letraheridos, pues cuando este dio a leer el conocido escrito “Afrenta de la desigualdad” del poeta
Cotarelo, no tuvieron más remedio que preguntarse a sí mismos y entre ellos
…¿cómo es posible que Don Miguel fuera conocedor del escrito del poeta Cotarelo
“Afrenta de la desigualdad” que, aunque creado bajo su inspiración y auspicio,
fuera salido a la luz varios siglos después?
Más extraordinario resultó aún que en el curso de la
dramatización surgida de la aparición de los espíritus, el escudero Sancho
sacara unos legajos antiguos escritos por el propio Príncipe de las letras,
hablando precisamente de los allí reunidos, los Letraheridos. Se preguntaron estos
otra vez a sí mismos y entre ellos ¿qué confluencia planetaria, encantamiento
cósmico, estaba acaeciendo para que en plena lectura de la “Afrenta de la
desigualdad” sacara Sancho unos legajos antiguos escritos por el propio
príncipe Don Miguel, mencionando precisamente a los allí convocados, los
Letraheridos?, ¿Por qué intuyó ya Don Miguel en pleno siglo de Oro, la
posterior emergencia de aquel grupo de escritores en la Granada del siglo XXI?
¿Acaso estas cuestiones aquí enumeradas no suponen
un ataque a la lógica y a la razón? ¿Qué pasó pues para que se sucedieran estos
fenómenos luminosos pero extraños que tuvieron lugar cuando confluyeron los
espíritus redivivos de Don Miguel, Don Quijote y Don Sancho, reencarnados en
los cuerpos de algunos Letraheridos, rodeados de otros Letraheridos absortos y
ensimismados en el hechizo de aquella tarde?.
Pues bien, de todo ello se da cuenta en este escrito
irracional, perfilado por este editor primero, por su facultad de siempre y
eternamente, vivo o muerto, de poder vigilar y sobrevolar toda letra o página
que cite de forma rápida o lenta, brillante u opaca, la voz de Alonso Quijano
en cualquier forma literaria, poema o prosa, pasada o futura.
Así mismo se hace constar que este escrito
irracional debe acompañar como adenda al Acta número 3-21 de maese Mesquida, a
la sazón presidente de los Letraheridos, pues se trata de un escrito paralelo
que recoge los hechos ocurridos en el lado atemporal, pero siempre reflejo de
los movimientos y las inspiraciones de los allí reunidos.
Es así pues, que este documento incluye la
famosísima “Afrenta de la desigualdad” pero además introduce explicaciones que
exponen razones de hechos y circunstancias que dan fe de la la historia
prodigiosa de la confluencia de tanto fenómeno de casi imposible entendimiento.
Se ratifica así la afirmación de Don Miguel, en boca de nuestro caballero
cuando afirmare aquello de “Para alcanzar
lo imposible, uno debe intentar lo absurdo”.
Por ello y para alcanzar la inasequible comprensión
racional de los hechos acaecidos en la hechizada tarde de aquel Día del Libro,
es por lo que los Letraheridos Cotarelo y Castejón han tenido a bien parir (que
no crear) conjuntamente una revisión mágica del escrito originario del poeta
Cotarelo, “Afrenta de la desigualdad”, que es la que acompaña como apéndice al
acta de maese Mesquida. Esta revisión a modo de conjuro es la que aparece aquí como ofrenda de estos dos
Letraheridos a la hermandad literaria que fue testigo y protagonista de aquel
día, así como de todos aquellos sucesos irrepetibles y maravillosos.
La magia surgió del encontronazo de tres hombres
letrados enfrascados en la dura tarea de reconocer o no unos legajos aparecidos
en el archivo de Letraheridos que administraba el Gran Príncipe de las Letras, su merced Mesquida, el de las
luces de bengala.
Se trataba de un legajo hallado
sorpresivamente por el propio Mesquida cuando manipulaba la biblioteca donde se
archivaban y conservaban para la historia los cientos de obras y volúmenes
nacidos de la infinita capacidad creativa
de los Letraheridos, y que Mesquida había entregado para su estudio y
custodia al letraherido y conocido poeta José María Cotarelo, autor de “La afrenta de la desigualdad” y miembro
fundador del grupo de escritores.
Este manuscrito suponía un imposible:
que don Miguel de Cervantes, desde su Siglo de Oro magnífico en letras y
fazañas, ya conocía o presentía de las criaturas literarias que siglos después
surgirían de la confluencia fantástica y capacidad imaginativa de los Letraheridos,
y por ello había escrito aquello encontrado en la biblioteca-archivo de su
merced Mesquida.
Era pues que los tres letrados, el
académico francés Simón de Pétain, ilustre como pocos de las letras
belgas, el profesor Felwine Luwumba, de la Universidad de Burundi y el ya mencionado José
María Cotarelo, estaban reunidos y con palabras encontradas y discrepantes,
tono discretamente elevado, aunque educado, y procesos mentales levemente
nublados por el aroma de los alcoholes que, ya consumidos por la vigésima
botella, comenzaban a expandirse por venas y cerebro de los ilustres literatos,
haciendo que la conversación subiera de tono, y los ánimos inclusive se
encendieran, como podía observarse en la forma en que adquirían velocidad las
lenguas e irracionalidad los argumentos.
Era esto así porque en realidad Simón
de Pétain, en la revista número XXI, del 23 de abril “Les Arts” publicada en Bruselas, hacía mención a este texto
perdido, dándole, con las oportunas reservas,
cierta verosimilitud. En su contra, el profesor Felwine Luwumba negaba con
rotundidad que este dicho escrito hubiera salido de la pluma del mismísimo Cervantes. Entre ambos, el poeta Cotarelo
mantenía una actitud neutral haciendo hincapié en que en este tipo de
cuestiones debería buscarse la prueba objetiva que de una vez dilucidara por
otras si este escrito era obra o no del propio Cervantes.
En esto sucedió la cuestión mágica que
aquí venimos a relatar. Y fue que la musa de Letraheridos, la sin par
emperatriz de la Mancha, Dulcinea Rodríguez del Castillo, conocida en las entretelas del
tiempo como “la de los amados robados”, aprovechando la fuerza de la inspiración
inducida por la celebración del Día del Libro y recurriendo a los poderes
brujeriles que desde siempre la caracterizaban, invocó la presencia de los
Letraheridos, que acudieron contentos y solícitos a la llamada de su musa,
conocedores que en su derredor siempre crecería la inspiración poética, el
espíritu de la amistad, la alegría de ser y la capacidad de soñar. Tal era el
poder de la sin par emperatriz capaz de alterar los humores de la melancolía y
el divertimento, que ninguno dudó en acudir a la reunión convocada en el jardín
de las delicias donde ella repartía vinos, poemas y viandas.
Fue así como fueron llegando Mesquida,
el responsable del hallazgo del legajo y secuestrador de las luces de bengala,
el profesor Tomás, de memoria superdotada en cuestiones de historia, Castejón de los casados, médico del sur y depositario de
las llaves que abrían las tres puertas del mundo, la piadosa Piedad, comendadora de Santiago y conocedora de culos y hormonas, Trifaldín de la barba blanca, el poeta de la melancolía, Antonio Palmerín, el espía de los gatos de oriente, la princesa y
gran señora Casilda, de hermosura contenida porque contenía en sus ojos ríos de
música, el Conde Luque de Santantruejo, vigilante de los archivos de casos
inexplicables, la poetisa Manuela, la cabileña, y el licenciado Gálvez de Bracamonte, médico pensador que escribía siempre
lo que pensaba.
Y en llegando iban todos asombrándose
al percatarse de la trifulca que montada tenían los tres ilustres literatos,
Simón de Pétain, Felmine Luwumba y José María Cotarelo en torno al tema de la
autenticidad o falsedad del legajo encontrado por Mesquida en los fondos de la
biblioteca de Letraheridos.
Y en viendo que la disputa iba a más,
notando la exaltación de los contendientes, pues ya Simón, con exoftalmos de
color rojo severo que evidenciaban el mucho vino tomado y la mucha insensatez
reprimida, amenazaba echar mano a su florete y ensartar los ojos de Luwumba, el
cual se crecía en actitud y tono vocal, al tiempo que su mano volaba hacia el
machete africano que enfundaba en su cintura, a la altura del negro ombligo,
negro por el color de la mugre y de la piel que subyacía bajo esta.
Era tal la tensión del ambiente, que
el letraherido Cotarelo, en su deseo de evitar males mayores, intentaba
quitarle hierro al fondo de la cuestión, argumentando que no era tan
prioritario en la jerarquía conocer la autoría real del legajo, pues otras
cuestiones, como la amistad entre los humanos y la luz de cada mañana,
superaban a esta en importancia.
Sin embargo, los literatos cabezones
habían convertido en una cuestión de
honor el tema de que trataban y amenazaban con quitarse la vida, como si la
vida les fuera en ello. Llegaron a tal punto las amenazas entrambos, que ya con
florete y machete respectivamente desenvainados, iban a proceder al duelo, cual
caballeros medievales enfrentados por el corazón de dama arrebolada. Y fue que
ante esta situación los Letraheridos, hombres y mujeres de letras y paz,
acudieron en tropel para ponerse entre los dos espadachines.
Y en esto, sucedió otra cuestión de
encantamiento que aquí venimos a relatar. Y fue que la musa de Letraheridos, la
sin par emperatriz de la Mancha, Dulcinea Rodríguez del Castillo, a efectos de evitar males mayores
como corrimientos de sangre o muertes sobrevenidas que amenazaban con
ensombrecer la reunión de Letraheridos, recurriendo de nuevo a su facultad
brujeril, invocó la presencia de Don Miguel de Cervantes a aquella reunión de
escritores y académicos, pues ya era muy notorio el susto de unos por el
derrotero que tomaba la discusión y la irritación de otros por desconocer con
certeza la autoría del legajo.
Y fue así como su sortilegio hizo que
en aquel instante de encantamiento se materializara en medio de los presentes
el mismísimo espíritu del insigne Príncipe de las Letras Don Miguel de
Cervantes y Saavedra, el manco de Lepanto, quien además traía en compañía, nada
más y nada menos, que a sus dos criaturas principales, el ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha, conocido como caballero de la triste figura, y su
escudero Sancho Panza, marido de Teresa y residente, como su caballero, en la
Mancha, según las crónicas que en el propio siglo de oro relatara el escritor.
Perplejos quedaron los Letraheridos y
académicos de tal forma y manera que, boquiabiertos y estupefactos, sentáronse
para observar a los tres espíritus materializados allí, en un rincón del jardín
de la sin par Dulcinea.
Y más mayúsculo fue si cabe aún su
estupor cuando Don Miguel, sentado y pausado, con voz tan profunda que parecía
llegada de la ultratumba, y semblante tan serio y adusto que a un fantasma le
pareciera, comenzó a hablar diciendo unas palabras que coincidían punto por
punto y palabra por palabra con el escrito de Cotarelo conocido como “Afrenta
de la desigualdad”:
AFRENTA DE LA DESIGUALDAD
José María Cotarelo Asturias - 2003
(con fragmentos de la revisión mágica de
Javier Castejón y José María Cotarelo en 2021 )
AL PRÍNCIPE DE ASTURIAS
(Hoy Rey de España)
Cúmplase Nuestro Señor en dar oficio de ingenio a este
humilde escribiente para poder así dedicar a mayor honra este capítulo a Su Alteza Real Felipe de Borbón, a su esposa,
Doña Leticia y a mi patria chica; a la una por haber nacido yo en el seno de
una familia de humildes campesinos, en la soledad de los montes y la ventura de
los campos; a Su Alteza por ser príncipe de ella y llevarla en su corazón y su memoria
y a su esposa porque en siendo de mi misma tierra se me representa en belleza,
amor y gallardía a la sin
par Dulcinea por quien el brazo firme de
nuestro protagonista desficiere mil agravios.
Cúmplase también que si algún reconocimiento hallaren estas palabras sean para
mayor gloria y honra de los que he dicho y para cuantos en sus ojos encontraren
causa de tanto entretenimiento y goce como
el que supuso a este humilde servidor escribillas, siendo así que tan atrevida incursión y por vez primera a este
oficio no me dejó sino harto
sorprendido y con gran contento. Que el firme juicio de quienes las hubieren de
someter a mayor atino sea loado, pues en dándoles el más humilde de los reconocimientos se darán por bien cumplidas,” que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra
Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad tan humilde servicio”. Quede dicho.
Capitulo X ( II)
Donde se
cuenta la grande y profunda conversación que mantienen el valeroso Don Quijote
de la Mancha con su escudero Sancho Panza y el razonamiento entre ambos, que
habla de la igualdad entre hombres y mujeres, con otras reflexiones dignas de
saberse por lo de acertadas y premonitorias.
Encontróse no ha mucho un manuscrito que precede al capítulo XI de la segunda parte “De la extraña aventura que le sucedió al valeroso Don Quijote con el carro o carreta de
las cortes de la muerte” y que
refiere la sin par conversación que mantienen entrambos y que sucedió más o menos según se cuenta en esta gallarda historia.
Lo que se narra a continuación estaba contenido en
los cartapacios que por medio Real compré yo, D. Miguel de Cervantes a un
muchacho en Alcalá de Toledo
y cuyo verdadero título es: “Historia de Don Quijote de la Mancha escrita por Cide Hamete Bonengelí, historiador arábigo”
Andaban en
las pláticas que
solían,
sermoneando, y viendo Sancho que a su amo no le venía el sueño, como deseaba, sentóse como mejor pudo,
decidido a escuchar lo que a continuación se refiere, que por ser cosa digna de
saberse, entendió el humilde
escudero que Don Quijote no andaba tan falto de juicio como los otros lo
imaginaban, fuere porque la sangre derramada le había puesto el juicio en compostura y dese modo echase
bien de ver que no había de
quedar en el tintero lo que a los labios no alcance, descrito con puntualidad,
buen gusto y sabiduría, como se
cuenta en los libros de autores de más renombre en
tiempo, hora y ventura más alta;
que la suerte no deja de servir a los menesterosos, a los hombres de buena
voluntad y aún más a los
valientes que a los cobardes.
Y estando en esas pláticas vino a la mente de Don Quijote, como solía, la imagen de Dulcinea, por la que todo valor
fuera escaso y por la que toda batalla, cosa de poca valía.
-Dígote, Sancho hermano, que en las cosas de la natural
relación entre hombres y mujeres por lo de espiritual más que por lo de físico, has de tener muy a las claras que no son sino
de nuestra misma condición.
- No dijera yo tanto - respondió Sancho - que lo que tengo oído a Vuestra merced, no he escuchado jamás hablar de caballeras andantes que vinieren a
desfacer entuertos, socorredoras de viudos y de agravios, con tanta gallardía y soltura como lo ficieron los famosos caballeros
tan nombrados. Y tengo para mí que de ninguna me habéis referido hechos.
- Haberlas, hailas - contestó Don Quijote - y sabe Dios cuántas anónimas batallas, y cuántos libros de caballerías o de otras artes no fueron escritos por la mano
diestra de alguna mujer y cuántas
singulares aventuras resueltas por la acertada mano de alguna heroína, cubierta bajo el manto del algún caballero.
-Otra
cosa es -
dijo Sancho - que tal actitud convenga al hombre, que ha sido siempre
altivo en sus hechos y se ha procurado en el oficio de romances dar buena
cuenta de ellos.
- Sabe,
Sancho Prudente, que no se debe de hacer mayor distinción entre los unos y las
otras que las que atañen a su singular geografía; que unos lleven barba y otras no, o que renqueen
las unos y anden dando saltos las otras. Más bien habría que sumar la bondad con que natura derramó en aras de la belleza el don de la hermosura más a la mujer que al hombre, por más que los hubiere dichosos y bien parecidos entre
los nos iguales.
- Sea señor, que todo es pasajero, que lo que hoy se nos
antoja por belleza ha de ser en otro tiempo fealdad y todo con el paso de los
años se vuelve contra o a su sitio. ¿No es pasajero el tiempo, el amor, el
viento o la felicidad?
- Debe darse por bien servido que a lo que el sueño es
robado, es harto cumplido sino en la memoria si en lo referido o nombrado y
habrá de tomarse
bondad en ello, pues bien tiene el menester de la igualdad en dar beneficio a
lo anhelado o a lo vivido que son al fin y a la postre los dones con que por
medio de la poesía se
desquita el ser humano del mundanal tormento, al amparo de los mutuos
sentimientos, con que se labran las verdaderas relaciones que son arrojo de las
entrañas y no tienen por límite más que el ofrecimiento, cuanto más noble más alto y cuanto más alto más sincero. Y siendo así no faltarán autores que digan que siendo necesaria no sirviere
para nada, ajenos como son al buen entender de las cosas del alma o del
corazón, que en ello andan a la zaga. No olvides Sancho, que si nuestro creador
nos hubiese de algún modo
nacer distintos lo hubiere hecho como mejor hubiera convenido, no dando como
hizo las riendas del paraíso para
entrambos y la felicidad que les correspondía a partes iguales. Somos así, seres humanos que han de convivir con natural
armonía las
cosas del mundo hasta que la muerte nos alcance, donde también allí seremos iguales.
- Señor -
interrumpió Sancho - en esto del bebedizo bien pareciera que yo lo
tomo y vos lo dais por bien servido. Válgame Dios cuánta extrañeza y desatino han de soportar los grandes
hombres destinados como yo, al gobierno de alguna ínsula o reino de
algún extraño país – pensó en voz baja-. Decía Señor, que no mencione Vuestra Merced a la muerte, que
la sin par Dulcinea le aguarda, que ya entiendo yo que es de caballeros andar
por el mundo a la salvaguarda de su amada, merced a las órdenes de la legítima caballería, que mandan antes de entrar en singular batalla,
encomendarse antes a su amada que al mismo Creador que nos aguarda.
-Bien
dices Sancho, bien dices, más me
parece que no es propio de la caballería andante entrar en estas disyuntivas, que por más que la fantasía del escribiente
pergueñe cosas justas o injustas, no suele suceder por impropio, que se
dé legítima cuenta de lo que ha de acontecer en otros
tiempos, que por lo que tengo leído, Sancho amigo, no se han dado cuenta sino de cosas acaecidas por ciertas de los valientes y
famosos caballeros; mas esto que aquí se nos presenta doy por concreto, por más que me precie de ser caballero tan honrado, como
cierto, por lo de resoluto y secreto, que no ha de ser algo más que lucimiento de quien así lo escribiere.
Sancho, que andaba a la sazón dando sermón al vino, luego que dio un suspiro, exclamó:
- Yo no puedo afirmar si aquesto que aquí me decís es verdadero o acaso atributo de la fuerza
sobrehumana que dibuja, donde no hay papel ni lienzo, ora pinceladas, ora líneas o sinrazón, como suele suceder al que haya de
dar cuenta de nuestras desventuras, que voy teniendo para mí que la alcurnia a que aspiro se ha de quedar todo en
agua de borrajas.
-Mira
Sancho, que te tengo dicho que se ha de
cumplir lo que te tengo prometido, haya o no artificios y sabrán por ello las venideras generaciones lo que harto
cumplimos y ficimos y rescatarán de la injusta memoria o de las entrañas del olvido
nuestras memorables figuras, yo, ya un poco más viejo y más calvo; tú, gobernando con recto juicio los paraísos que te tengo prometidos. Seré honrado en mi desventura así ande el amor dormido en la sin par Dulcinea que
venero por esquiva, como bien sabes y te tengo dicho, pues en cuestiones del
sentimiento hay tanto escrito como no escrito, que el alma poco entiende de la
natural costumbre de las cosas del anhelo. A lo que yo veo, duelen tanto o más las heridas del corazón que las de la misma
espada. Mal recado es el amor que dista del amado y si la fortuna no mengua en
donosura tengo por bien sentado que las cosas del mundo andan a su ser por el
amor y el desamor en su misma medida y ambas iguales. Que las velas del anhelo
han de llenarse con el viento del deseo y la infinita misericordia con que el
Creador Nuestro Señor nos ha dotado, no baste a quien sufre de penurias, quien
anda al cabo de la locura penando y en eterno suspiro por el que no vive sino
es en compaña de su otra media naranja, como dicen.
Así pues, quiero hacerte sabedor, amigo Sancho, que de
las heridas que más se
marcan en la memoria son las de la afrenta de la desigualdad y las del amor, más impreso en la distancia o en el silencio, que son
dos caras de los mismos cuartos, por lo de imposibles, que la ventura no
dispone desdichas más acertadas.
- Verdad
será - dijo
Sancho- pues desde que ando metido en lejanías más añoro a mi mujer y a
mis hijos si no me acompañara el consuelo de saberlos algún día príncipes a mi
lado.
- No habrá quien en el futuro- replicó Don
Quijote- no discierna, con cosas de las medidas, de la alquimia bastarda o de
los números,
conque el amor es finito, no más de tres o cuatro años, lo más, lo que dura el tiempo de la alquimia, como si de
un brebaje se tratara, que en cuanto la sangre con que suspira la soledad de
uno mismo está curada, da
por bien empleado haber tratado en esos signos o afectos, ora enderezados, ora
torcidos.
- Bien entenderé por lo que decís – dijo
Sancho- que quedan las faltas suplidas por la sinrazón o falta de juicio o por
los luengos aconteceres con que los enamorados dibujan con candor palabras más dulces que la miel, al uso de poetas y trovadores.
Perdóneme vuestra merced, pero en volviendo a lo de antes, acostumbrado como
estoy a lo de mi pueblo, no acierto a entender que haya necesidad de sacar a la
mujer de su casa y hacienda, sólo para las cosas de oficio religioso y poco más.
Tal
actitud enervó a Don
Quijote y contestó de este
modo airadamente a su escudero:
- Bien se ve Sancho, que los de tu condición no
alcanzan más que a
ver las cosas por el punto que le convienen, olvidando el recto juicio que han
de presidirlas. Sea servido el entendimiento en darte licencia de justicia y
que se haga dueña de tu voluntad en lo tocante a la guía que ha de presidir de aquí en adelante el norte de tus días hasta el final de los mismos, y después de los cuales, se ve con serenada opinión las cosas de otro modo al
que nos habían
parecido. Fuerza tiene el tiempo para hacer mudar las composturas y las
humildes voluntades de la raza humana. O ¿entiendes tu Sancho, que por ser del
color de la piel distinto o tener disposición de órganos emparejados habremos de ser
diferentes los de una nación a otras, o los altos a los bajos y los castaños a
los rubios?
- No llega a tanto
- dijo Sancho- mi entendimiento: vea mi señor que yo no soy hombre de
letras, como vuestra merced y que lo que alcanzo es a ver al hombre en su
natural condición, más elevado.
- Ay Sancho, no ves que en su bondad dispuso Nuestro
Señor venir al mundo del vientre de la hembra, como bien se ve en natura y que
el ser humano lo hace del mismo modo y así todo hombre nace de mujer y toda mujer de mujer. ¿En
qué ves tú le
elevación del hombre?
De lo que se refiere a continuación tengo por bien
empleado que no está completo,
pues el mismo que me vendiere el legajo arrancó, por causa de la humedad
algunas hojas de lo que que estaba escrito, sea por lo ilegible del caso, o por
no menospreciar en la venta el resto, algún fragmento de capítulo, por la largueza de lo de antes y que continúa, a lo que parece, ya la noche avanzada. Sea por el
desangramiento, los encantamientos o el cansancio es digno de ponerse a mejor
recaudo en otras hojas nuevas y trascrito según mejor se supiere, que la humedad dio al traste con
redondeces completas y así,
sustituiré yo lo ilegible por lo imaginado, haciéndolo del mejor modo que se pudiere y al estilo más aproximado; quedando no obstante, el atento
lector, que sin duda dará buena
cuenta de lo remendado, quedando, como digo, advertido y clarificado, dejando
dicho bien a las claras que las palabras no han de ponerse al antojo sino, más bien acomodadas al criterio del escritor, abiertas
al alma; que ellas sabrán que
hacer al juntarse en la mejor armonía de que se va disponiendo al escribirlas o a
dispensarse repudio mutuo para fundirse en quien las leyere, impregnando ora el
corazón, ora la piel, el ojo o la mano.
En esto saltó Sancho como si un rayo hubiera caído allí mismo y
en temiendo que a su creador le faltaren algunas las letras, dijo él, aunque con temor de Dios y de sí mismo y en sabiendo que su creador decía no sé dónde
haber perdido unos papeles, metió, como mejor pudo la mano diestra en la bolsa
de saco que llevaba y dijo de este modo:
- Aunque en el morral del pobre nunca hay hartura, y
es bien conocido que el pan con azúcar siempre cae para abajo, sea que muy de
tarde en tarde la dicha acude donde debiera con más presteza que la que suele, y así he de replicar a su merced cosa que pueda el ingenio
permitir a quien lo crea y no se tenga por locura –digo- que no ha mucho que encontré en no sé qué venta, o castillo , o en los
bolsillos de qué gigante, estos papeles que aquí tengo y que bien pudieren ser los que dice su merced
no haber escrito o perdido y que relatan, al parecer, según me han leído, la cara de espanto o susto que pondrían en el futuro otros parientes lejanos Letraheridos
en torno a una mesa de buenos yantares y mejores vinos. Lea vuestra merced, si
gusta, lo que aquí dice,
que en no siendo yo más que
escudero, bien se me viene cuesta arriba la cosa esta de las letras…
Cogió D. Miguel los papeles lo mejor que pudo y mirólos
por unos instantes con pena y un tanto desabrido y leyó para Sancho en voz alta y firme lo que sigue:
- “En el día de mi muerte a muchos años de este día, sabe Dios dónde, cuándo y en qué sitio quien con voz alta y grave
dijeren y oyeren estas humildes palabras mías unos hombres y mujeres extraños, harto
pintorescos y amantes de las letras; por más decir, Letraheridos...
Y sucedía que mientras el mismísimo Cervantes leía
el legajo que le había entregado Sancho, los antes discrepantes el belga Simón
de Pétain y el burundés Mulumba se miraban entre sí como reconociendo en las
palabras del escritor el contenido del legajo por cuya autoría poco antes
habían estado a poco de arrancarse vida y entrañas con sus alfanjes. También el
atornasolado Cotarelo, el poeta y Mesquida el bengalí, habían reconocido en las
palabras de Don Miguel la naturaleza y contenido del texto.
Ahora ya no cabía duda. Don Miguel había
escrito el legajo, cuyo holograma
figuraba en los arrugados papeles que le había entregado Sancho. Era entonces
pues evidente que ya en el Siglo de Oro, sabía Cervantes de la futura existencia
de los Letraheridos del siglo XXI. ¡Que maravilla, que salto en el tiempo, que
conocimiento el del príncipe de las letras que ya entonces había presentido el
ingenio de los Letraheridos!.
Maravillados por el descubrimiento, siguieron oyendo
la voz del escritor, que continuaba dando lectura a aquellos papeles arrugados
que Sancho extrajo de su morral y que hablaba nada más y nada menos de ellos
mismos…
…Por nombrar a lo que se me antoja, bien pudiera estar ese día y así lo ha de ser por fuerza y ventura, la sin par
emperatriz de la Mancha, Dulcinea Rodríguez del Castillo, mujer como se sabe de belleza
exquisita como ya tengo dicho y generosa donde las haya, de alta pluma y mejor
sonrisa y aunque en la vida tuviere amantes robados, doy por bien sentado que
son igualmente recordados y queridos. Veráse pues, como mandan los cánones de la sagrada caballería a D. Quijote a su siniestra, el del corazón
cautivo, lanza en ristre, desprendido en el saber, como ya es norma, y aun en
el decir y a quien natura dio memoria desmedida para las cosas de la historia y
aún de la
exquisita poesía. Y a
su mano el gran príncipe
de las letras, su merced Mesquida, por más decir, Fernando Alonso (Quijano, el Bueno) de
cuyas actas y actos darán
cuenta la futuras generaciones y caerán sobre sus hombros Luces de Bengala y habrá de escribirse de nuevo, por esas raras cosas de la
alquimia, otro Quijote, como ya se hiciera y habrá otro Cide
Hamete Berenjena, o cómo se
diga, del Castillón o Castejón de los casados (ha muchos años, y al parecer, por
ventura) ido y venido por tierras del Sahara donde abrió las tres puertas que había. Y qué decir de la piadosa Piedad, quimérica de suspiros, comendadora de Santiago, princesa Micomicona, que
cuando habla el alma, callar suele hasta la luna. Y Trifaldín de la barba blanca, caballero de altos montes,
nada más
lejano que el caballero de la triste figura, o de la desconsolada pena, también llamado Manuel Peña, que no peñazo, como en algunos sitios consta
que lo apellidan. Y un tal Antonio, Palmerín de los pájaros o pajaritos, según donde se lea, Palmerín del arremangado brazo, pariente del duque de
Alfeñique que anduvo en la bella Estambul buscando gatos y no halló ninguno. Y estará también, a buen seguro la princesa y gran
señora Casilda, cuyos retazos dieran no para una vida, sino para tres o cuatro
y que derrama al igual en las letras que en la figura, la miel de su hermosura.
Y el muy singular y a veces plural Conde de Santantruejo, Francisco Luque, que
lo llaman también Santo Hartura, quizá por eso de escribir un largo domingo santo, un
viernes de calentura. Y la muy singular Manuela a quien dicen Manoli, la
cabileña o Padulera, poeta donde las haya, cuyos versos y letras dan harto
contenido al alma y a la fermosura. Y habrá, bien me temo, un licenciado que ande reflexionado sobre
las muchas cosas de la medicina y novelará con sabio acierto mil cosas que esperan con ansia
ser vistas y leídas por
los suyos. Gallez o Gálvez de
Bracamonte o montesclaros le llaman, aunque bien diré que ese lugar no consta en mis escritos. Y habrá quien por otras causes deseando estar entre ellos no
pudiere como le pasó el
Caballero andante Manuel Calleja, llamado el del corazón partido, nada más lejano que un sacapotras, que dará cuenta de su ausencia por causas bien sabidas, que
en lidiando con las enfermedades, no hay caballero más altivo. Y no faltará, allá a las
jodidas, un Sancho, arrebolao, según le dijo la princesa Micomicona un día de ventura, que emule las muchas hazañas que
hiciere y de las que daré cuenta más adelante, por no ser propio de este capítulo. Sí diré, que anda el pobre, sino molido, harto de palos con que la vida le
ofrenda por los muchos sacrificios vividos. Más entre sus nieves y campanas seguirá gozando, como el mío, del azar venturoso del buen vino, que es alivio
de penas y de males y el revivir de recuerdos antiguos…
No se pudo leer más, que la vista y la humedad son malas consejeras
para las letras. Dejó D. Miguel
la mirada como ausente, pensando para sí mismo y a modo de quien tiene lucha interna, exhaló como un suspiro:
-Bien pudieren ser, Sancho atrevido, bien pudieren
ser estos los papeles perdidos…)
Llegado a este punto, y tras repartir una mirada
inescrutable entre todos los presentes que enmudecidos de emoción le
escuchaban, Don Miguel volvió la mirada hacia el manuscrito “Afrenta de la
desigualdad” y prosiguió su lectura:
“... y en esto entendí yo por las muchas lecturas, que la ilusión de la
aventura no es sino causa del estiramiento del instante en que se recrea lo leído al modo de cada uno. Es ahí cuando la palabra deja mejor paso al encantamiento
de invadir al otro que sigue siendo otro en uno mismo, que crecer y nos hace
crecer.
- Diérame el cielo – dijo Sancho- más entendimiento, que a lo que alcanzo, bien me
parece que ando de ello escaso pues hubiera querido Dios siendo de otro modo,
hacerme caballero o príncipe o
sacamuelas, pongo por caso y no vasallo y sombra de humilde, que de esto si
ando harto, aunque no me falte intención de acostumbrarme a otras turbaciones y
no lo estimara yo en tanto. Más si la razón anda en desventura, como nos viene
acaeciendo últimamente,
no sé qué será peor, si el remedio o la enfermedad o andar en desuso de santos.
- Deja esas consideraciones para más adelante – respondió Don Quijote- que es mejor, en cuestiones de cielo,
ni nombrarlas, a no ser para pedir intercesión o voluntad divina, que de todo
ello nos hará falta. ¿Qué es el hombre, por más
caballero que sea tanto en la espada como en las artes sino es insuflado por un
soplo divino o no hay detrás, como se
dice, una gran mujer que sepa gobernarlo? No han de ser nada los desatinos,
amores o encantamientos de no ser que algo debe de haber que se le escape a la
razón humana por simple y desventurada.
- No digo
yo, Señor Don Quijote que al uso de los tiempos no deban de cambiarse los
prejuicios y no se haga como dice vuestra merced, de que haya que hacer de la igualdad consecuencia y seguridad de
conciencia y que no se señalen días para homenajear a la mujer, como si sólo un día se la considerara y que no se haya necesidad de
hacer concursos de belleza donde se lidie en singular batalla el cuerpo de las
féminas más que el
ingenio de las personas de letras.
- Yo soy contento en lo que dices, Sancho hermano, -
replicó Don
Quijote- no me ves a mi encantado y cautivo, ora melancólico, ora triste y
acertado en mi desgracia por la más bella de las mujeres de este mundo, siendo que
todas los son sin medida. Correspondería a los de mi condición por ser caballero andante,
tenerme en mucho aprecio, y bien ves, que por lo ciego con que el amor nos
encanta, no hay más que ver
que me postro ante su altar como si fuera diosa y he de rendirle el tributo de
mis victorias con tanta humildad como si yo fuere la más ínfima criatura deste mundo.
-Señor, en la humildad, el hombre se ensalza-
- ¿Por qué crees Sancho, que el príncipe de las letras ejemplares puso a los pies de
una mujer lo que yo hiciere en las
batallas, las cinturas de gigantes que partí en dos, las sierpes que vencí y tantos y tantos inauditos caballeros que habremos
de vencer con el firme brazo de mi espada, y la intercesión de mi princesa
amada?
-Paréceme Señor que
tales verdades vienen a aclarar mi ingenio y doy así por buena la paga de vuestra sabiduría que me trae a término de entendimiento del mucho que
el cielo fue servido en darle a vuestra merced.
- De poco servirá el felicísimo ingenio de quien refiera nuestra singular
andadura – dijo Don
Quijote- si no redunda en aprovechamiento de la conciencia de cuantos han de
seguir de aquí en
adelante nuestros valerosos hechos, y si así el hombre, llevado de su artificial condición, no recordare con la erudición que mandan las sagradas leyes y aún otros libros de igual renombre, la bondad de su
virtud en lo de ser igual a quien lo trajo al mundo, merecería la más mínima de las consideraciones, que ya me parece mucho,
y a la altura que estamos, darle vueltas al caso. ¡Bueno está!
- Tuvo Adán, en la primera ocasión que se le presentó, en
echarle la culpa a la mujer, comentó con ironía Sancho.
- Los
designios de la divinidad, Sancho ingenioso, se parecen a los de una niña que
nace, inescrutable; más a la
niña le queda el remar para que su barca alcance el más amplio mar, el más bellos ocaso. La vida de la hembra es como el nacimiento
de una rosa temprana, que embriaga de perfume todo el amanecer y hasta la mismísima alma.
- Así pues, como dice vuestra merced, en naciendo todos
iguales, somos iguales, siendo así que es la vida quien hace a la mujer –comentó Sancho- Y no se hable más.
- No solo la vida; las costumbres, los hombres y
hasta las mismas mujeres, las religiones, las culturas milenarias. Pero llegará un día en que
lo que el hombre sueña, la mujer lo haga y así habrán de regir naciones enteras, ínsulas, palacios y habrá de hacerlo con los hombres y no contra ellos,
aunque, y con todo y eso no faltarán de ellas que
no consideren a los hombres sus iguales. Y habrá mujeres que labren sus horizontes en las utopías, que es la esperanza con que el futuro se va
hilando y con esa premisa se harán revoluciones que hagan avanzar a la humanidad; ver
el rostro del individuo, de la convivencia, de la paz. Saber que nuestras vidas
están abiertas
a los demás, sin
importar si son o no próximos, ni diferenciarlos por ninguna de las causas.
- Sea pues,
que en siendo así, bien
podemos decir, que somos género humano que alienta inagotablemente el futuro –dijo Sancho-
- Y la
esperanza - añadió Don Quijote - mas el futuro hay que
inventarlo con suavidad, pues de la tensión surge la superioridad de los unos
contra los otros. La igualdad a que aspiramos, Sancho hermano, ha de ser
esencia de lo humano sin más
diferencia que el grado de razón que cada uno alcance.
- Así sea, mi señor, y entre tanto se cumple, descanse un rato –dijo Sancho-
Y quedaron así entrambos, mirando al cielo y soñando con todo lo
que habían hablado
o imaginado, esperando despertarse así fuera dentro de cuatrocientos años y que todo fuera
como se ha dicho.
FIN
Y fue el silencio el rey después de la lectura de
Cervantes que así finalizó el texto “Afrenta de la desigualdad”, dándole así a
su autor el poeta Cotarelo, reconocimiento como de escrito cervantino, llamado
así a todo aquello que inspirado en el propio Cervantes, en fondo y forma,
tiene estructura propia y categoría renacentista, como así fue esa su novela la
del ingenioso hidalgo.
Pero es que, Don Miguel, también había intercalado
en el texto de la afrenta, su propia visión atemporal de los Letraheridos allí
reunidos, poniendo así de manifiesto no solo la capacidad mágica de la Dulcinea
Mercedes del Castillo, la cual le había convocado, sino la profecía de su
palabra que así había plasmado en el papel la avenida de los Letraheridos en el
siglo XXI.
Enmudecidos y perplejos, quietos como cristales, los
Letraheridos observaron como desaparecían ahora los hologramas de Don Miguel de
Cervantes, el manco de Lepanto, y sus dos criaturas más famosas, el ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha y su fiel escudero, Sancho de Teresa, también
de la Mancha.
Y recuperados de la magia ya, se preguntaban unos a
otros, cuánto de cierto había en lo que habían visto, vivido o imaginado.
Yo, Francisco Robles, editor primero del Ingenioso Hidalgo
en el año de 1605, certifico a fecha de hoy, 21 de abril de 2021, que todo lo
acaecido en el encuentro de los ilustres Letraheridos en su ya histórica
reunión del día de la fecha, y relatado en estos papeles es cierto y verdadero
como la espuma de las olas y la música del viento.
En el día señalado presentáronse también para
dirimir la oscura cuestión de la autoría de todos los documentos aquí citados,
los señores Pétain y Luwumba, que, de no ser por la mediación de los
letraheridos y la providencial aparición del escritor, habrían llegado a verter
sangre sobre la tierra, a cuenta de su testarudez tremebunda.
Todo esto lo firmo y rubrico, como notario ad perpetuam que soy, de todo escrito
que cite o simplemente suponga, el sueño de Don Miguel de Cervantes, que se
llamó y se llama “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.
Fdo.:
Francisco de Robles
ÍNDICE DE COLORES Y
AUTORES
- ROJO Y AZUL
- FRANCISCO DE ROBLES, EDITOR Y NOTARIO
Autor
de “Notas
del editor” por JAVIER CASTEJÓN
-
NEGRO - JOSÉ MARÍA COTARELO
Autor de escrito original “Afrenta
de la desigualdad”
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